Emocionario: MIEDO
24 de febrero de 2015
Hoy vamos a tratar una de las emociones básicas, el miedo, dentro de nuestro Proyecto Emocionario. Como siempre, empezamos la sesión partiendo de la ilustración de la emoción. Desde luego, o mis alumnos estaban muy inspirados o la ilustración habla por sí sola...
Carlos G. lo adivinó a la primera. Se trataba del miedo. Aunque tengo que decir que prácticamente todos mis alumnos tenían la mano levantada. Lo tenían todos muy claro ;-)
Vimos que el miedo o temor es una emoción caracterizada por una intensa sensación, habitualmente desagradable, que se provoca ante una percepción de peligro, real o supuesto. Lo curioso del miedo es que se puede producir ante una amenaza presente, futura o incluso pasada. El miedo aparece cuando creemos que vamos a sufrir un daño, y si crece muchísimo se convierte en terror. Por una parte, el miedo puede servirnos para estar alerta ante el peligro, pero por otra, el terror puede paralizarnos y no dejarnos pensar.
Cuando sentimos miedo, nuestros ojos se agrandan para ver mejor y el corazón envía más sangre a las piernas para que podamos huir (esto les encantó). Y es que este mecanismo de defensa está grabado en nuestro ADN para poder evitar algo doloroso, y es consecuencia del esquema adaptativo del hombre, desde los tiempos más primitivos. Así que el miedo es necesario y saludable, siempre que no sea exagerado o neurótico (cuando la intensidad del miedo no tiene ninguna relación con el peligro). Personalmente, el miedo me parece una emoción muy compleja. Todos sentimos miedo, y lo curioso es que podemos sentir miedo a cualquier cosa, incluso a aquellas que en principio todos desearíamos, como tener éxito o ser felices. Además, el miedo está relacionado con la ansiedad.
Una situación bastante común es el miedo ante lo desconocido. Sin embargo, ante lo desconocido también se puede sentir asombro.
El miedo en los niños es una preocupación bastante común en los padres. Más de una vez algún papá me ha comentado qué podía hacer porque su hijo o hija tenía miedo a algo. La verdad es que no soy psicóloga (aunque me fascina esta disciplina), pero hay ciertos aspectos que nos pueden resultar útiles.
Para empezar, hay que tener en cuenta que los miedos son evolutivos y normales a cierta edad, cambiando el objeto temido a medida que el niño va creciendo. En la primera infancia, predomina el miedo a separarse de los padres y hacia los compañeros extraños. Entre los 2 y 6 años, se mantienen los miedos anteriores pero aumentan los estímulos potencialmente capaces de generar miedo, como los monstruos, los fantasmas, la oscuridad o los animales. Entre los 6 y 11 años los miedos se vuelven más realistas y específicos como el daño físico (accidentes, heridas, sangre, inyecciones), el fracaso escolar, la crítica o miedos diversos en relación con sus iguales (como a algún compañero que pueda mostrarse amenazador o agresivo). En la preadolescencia aumentan las preocupaciones derivadas de la crítica, el fracaso, el rechazo por parte de sus iguales y los cambios en la propia imagen. En la adolescencia se mantienen los de la etapa anterior y surgen con más fuerza los relacionados con las relaciones interpersonales y el rendimiento personal (logros académicos, deportivos, de reconocimiento por parte de otros...). Es posible que los adolescentes se prueben ante situaciones de riesgo potenciales para autoafirmarse ante sus iguales y demostrar que ha dejado atrás las etapas infantiles. Es una fase de búsqueda de la propia identidad, por lo que intentan romper con la barrera protectora familiar.
Establecer la frontera entre un miedo normal y patológico no siempre es fácil, y habrá que tener en cuenta la edad del niño, la naturaleza del objeto temido, la intensidad y frecuencia del mismo, así como el grado de sufrimiento o incapacitación que produce en el niño. Por tanto, si hay dudas, mejor consultar con un especialista. Lo que está claro es que un niño puede sentir un miedo natural, por ejemplo, ante un perro grande, mostrándose reacio a tocarlo y manteniéndose a cierta distancia. Pero si el niño está acompañado de sus padres, el perro se encuentra a bastante distancia y atado, y su simple visión o ladrido provoca que niño eche a correr, sienta un malestar profundo y no se tranquilice hasta que se encuentre a mucha distancia... pues podemos encontrarnos ante un miedo irracional y excesivo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta algunos factores que pueden influir en los miedos: patrones familiares (los padres con tendencia a ser miedosos o con trastornos de ansiedad tienen, con mayor proporción, hijos con miedos o ansiedad, ya que los niños aprenden la reacción emocional de sus cuidadores), información negativa sobre alguna situación o estímulo, aprendizaje directo (por ejemplo, miedo a no poder respirar en niños que sufren de asma), condicionamiento o haber vivido alguna experiencia vital desagradable o traumática.
Estas serían algunas recomendaciones a tener en cuenta para tratar el miedo infantil:
- Nunca ridiculizar al niño, por extraño que nos parezca su miedo. No hay que reñirles, obligarles a cambiar de actitud ni hacerles sentir mal, sino explicarles que el miedo es algo normal en algunas situaciones. Hay que hablar con ellos y analizar juntos la situación con naturalidad. Es importante mostrar tranquilidad, ya que los comportamientos que el niño observa de los padres son los patrones que interioriza. Por tanto, si nos mostramos excesivamente preocupados, podemos agravar el problema.
- Afrontar juntos los miedos, poco a poco, sin forzar al niño a efectuar aquellas conductas que teme, pero creando una gradación de situaciones que generen aproximaciones sucesivas. La solución a los miedos es afrontarlos, no evitarlos, pero hay que avanzar paulatinamente, celebrando los logros y sin dar importancia a los retrocesos.
- Ayudarle a que él mismo evalúe su nivel de miedo y proporcionarle estrategias para que poco a poco vaya venciéndolo (pensar en cosas agradables, respirar profundamente, recordar por qué está fuera de peligro...).
- Actuar como modelo, efectuando la conducta temida para enseñar al niño que no sucede nada. El modelado es más efectivo cuando el modelo es de la misma edad que el niño.
- Evitar el visionado de películas, series, videojuegos o actividades que comporten violencia, miedo o terror cuando el niño no presenta una edad adecuada para separar nítidamente la realidad de la ficción.
- Pueden resultar útiles algunas técnicas de relajación.
- Si estas estrategias no funcionan, si nos encontramos ante reacciones desmesuradas o si el miedo aparenta estar fuera de control, tal y como he dicho antes habría que solicitar ayuda profesional.
En clase, mis alumnos compartieron algunas de sus experiencias con el miedo:
- Nico nos explicó que esa misma noche había tenido una pesadilla con un dragón. Y que había ido a la cama de sus padres.
- Biel nos contó que una vez su padre quería que fuese al baño y él tenía miedo a la oscuridad. No se atrevía a encender la luz del pasillo porque tenía que atravesarlo para llegar al interruptor, y pensaba que había un asesino. Volvió a buscar a sus padres y su padre le acompañó al baño. No se atrevía a entrar y estaba paralizado.
- Giulia dijo que cuando tiene que ir a una parte muy oscura de la casa, no quiere porque le da miedo. Los faros del coche le recuerdan a los ojos de alguien y parece que está vivo.
- Carlos S. nos dijo que cada noche tiene miedo porque tiene miles de pesadillas. También que una vez tuvo miedo (su padre le mandó al baño) y él pensaba que había un asesino, o un elefante o un león. Y que cogió un cuchillo y casi se corta un dedo...
- Lola nos contó que un día su madre estaba en casa con unas amigas y ella estaba jugando con un globo. En su casa hay una mesa que tiene las esquinas muy puntiagudas. Se cayó y se dio con la oreja en una esquina. Sintió miedo porque creyó que se iba a quedar sin oreja. De hecho, le tuvieron que coser la oreja (unos 4 puntos).
- Marc explicó que cuando está solo en su habitación y sus padres le cierran la puerta, él la abre un poquito, pero siente que no le basta. Tiene una tortuga que si la enciendes proyecta luces de estrellas, y entonces ya no siente miedo.
- Adrián nos contó una historia que había vivido su hermano Marc, que va a tercero. No quedamos todos con los ojos como platos, y tengo que reconocer que hasta nos echamos unas buenas risas (lo admito, se me escapó alguna lagrimilla de lo mucho que nos reímos). Estábamos muy sorprendidos por lo que nos contaba y no teníamos muy claro qué parte era real y qué otra formaba parte de la fantasía. Resumiendo mucho, mucho, mucho (no os imagináis con qué entusiasmo contaba la historia), estaban en el campo de fútbol de Son Caliu, su hermano y unos amigos se apartaron un poco y se encontraron con 4 asesinos. Y yo: "¿4 asesinos?". Y él: "sí, sí, de verdad". Y yo: "¿Pero cómo sabíais que eran asesinos? ¿Les preguntasteis directamente? Oye, ¿vosotros sois asesinos?". Y él: "no, pero lo eran". Y yo: "ah" (a todo esto, ya estábamos todos medio muertos de la risa y sobre todo muy intrigados. Sus compañeros decían: "¡Hala! ¡Eso no puede ser!" y cosas similares). Y él: "llevaban eso que te tapa la cara". Siguió contando que se escondieron en una caseta (o que se escaparon de la caseta, ya no recuerdo porque no me dio tiempo a escribirlo todo) y que lanzaron varios disparos (al campo). Y yo: "¿disparos? ¿me lo estás diciendo de verdad?" Y él: "que sí, eran disparos". Yo no sabía qué pensar. Por una parte estaba alucinando con la historia, a la que no daba crédito, y por otra pensaba que a ver si estaba metiendo la pataza y la historia era real. Pero así como la contaba no tenía ni pies ni cabeza. Y seguí: "¿al campo? ¿y si eran cazadores?" Y él: "¡que no! ¡que eran asesinos!". Y yo: "¿Y no fueron corriendo a contárselo a sus padres?" Y él: "Sí". Y yo: "¿y qué hicieron?". Y él: "les dijeron que no volvieran a alejarse". Y yo: "¿y ya está?". Y él: "sí". Le dije que era una de las historias más insólitas que había oído nunca, y que me extrañaba que algo así no hubiera salido en los periódicos. De hecho, más tarde me fui a hablar con su hermano mayor, y me contó más o menos lo mismo. Y erre que erre, que eran asesinos. Pero la verdad es que lo decía tan contento y feliz... Así que nos quedamos todos sin saber muy bien qué pensar. En cualquier caso, la historia en sí, desde luego, "daba miedo" (así como la contaba Adrián era como una tragicomedia), pero ni él ni su hermano mostraban ningún tipo de secuela por una experiencia ¡tan de película!
- Marco nos explicó que un día, en el otro cole, estaba haciendo una carrera. Cuando llegó a la meta, se cayó y pensó que se había hecho sangre en la cabeza. Se levantó y, efectivamente, tenía sangre. Entonces, fue al médico y le pusieron una grapa. Sin embargo, manifestó que tuvo más miedo al caerse que al verse la sangre o al ir al médico.
- Carlos G. contó que un día estaba en la piscina y su padre le estiraba de la toalla, se dio con el borde y se abrió la barbilla. Él sí tuvo miedo al coserle los médicos.
- Óscar nos dijo que cuando es de noche y quiere hacer pipí, como está oscuro, llama a su padre para que le acompañe, porque tiene miedo. Y que luego piensa: "¡Qué bien! ¡No ha pasado nada!".
- David nos contó que una vez se cayó hacia atrás estando sobre los hombros de un amigo de su madre. Y que sintió miedo al caerse y golpearse la cabeza.
Al margen de la sorprendente historia de Adrián, parece que los miedos de mis alumnos que sitúan dentro de la normalidad y de la etapa evolutiva en que se encuentran. Destacan el miedo a la oscuridad y al daño físico.
En breve ¡otra emoción!
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Me parece una estupenda entrada. Felicidades.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Ana. Un abrazo.
EliminarPo cierto, acabo de añadirte a mis circulos en google +
ResponderEliminarMe parece muy interesante tu blog.
Un saludo, Elena.
Gracias de nuevo, Ana. Me alegra que te resulte interesante.
EliminarUn saludo.
Buenísimos aportes para nosotros los docentes, y papás. Gracias!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarEs emocionante ver tanta dedicación en tus trabajos.
ResponderEliminarMe encanta!!!
Felicitaciones Elena